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abril 3, 2019  |  Por Psicosalud Jaén En Noticias

¿Tener un hijo? Problemas comunes que surgen sólo con pensarlo.

El período de espera comienza con la decisión o la aceptación, en caso de que sea un hecho no previsto por la pareja, de tener un hijo. Si en algunos casos esta decisión constituye el sello y la coronación del amor en una situación de gran serenidad, en otros puede constituir un problema y transformarse en una carrera de obstáculos.
Algunos de estos obstáculos afectarán más a la pareja, otros a la mujer en concreto, y otros incluso a la relación con la familia de origen.
La experiencia con estas situaciones ha permitido identificar los principales problemas que surgen en torno a la condición de la posible paternidad.

PROBLEMAS/SOLUCIONES

Cuando solo uno de los dos desea un hijo


El deseo es una dimensión estrictamente personal del individuo. Puede ser que el deseo de paternidad y maternidad no surja a la vez en los dos miembros de la pareja, pese a amarse profundamente. Esta asincronía puede generar posibles crisis incluso en las parejas más estables. Esta falta de sintonía provoca discusiones constantes sobre el tema, o una petición constante de explicaciones («¿por qué no quieres tener un hijo conmigo?», «¿no crees que pueda ser una buena madre/un buen padre?», «¿no quieres tener un hijo conmigo tal vez porque no me quieres lo suficiente?») o «trampas» para conseguir la concepción que debilitan la confianza en la pareja, o las tres cosas a la vez.

No obstante, aquel de los dos que desea ardientemente un hijo debería tener presente la metáfora del juego de la soga: cuanto más tire de la cuerda uno de los contendientes, más tirará el otro en dirección contraria. Por tanto, el miembro de la pareja que desea ser padre debería tratar de convencer al otro no con argumentos sino con sensaciones, esto es, evocando en el compañero, aunque sin llegar nunca a una petición directa, la presencia gozosa y emocionante de alguien en quien poder reflejarse.

¿Carrera profesional o familia?

El segundo problema es en parte fruto de la evolución de la mujer en la sociedad. Hasta hace unos años, las mujeres no tenían que escoger entre carrera profesional y familia, el mundo ya había elegido por ellas. En cambio, hoy se impone una elección: ¿satisfacer el deseo de maternidad y poner en peligro la carrera profesional conseguida tras años de trabajo duro o reprimir una de las experiencias más satisfactorias y completas en la vida de una mujer persiguiendo la ambición profesional?
Muchas mujeres que ocupan puestos importantes y que desarrollan un trabajo satisfactorio se hallan a menudo ante ese dilema y pueden caer en profundas crisis, con períodos en que notan que les falta algo, pero no quieren, o no pueden aceptar, qué es lo que les falta. Ante una situación así, las estrategias más usuales puestas en práctica son:


La evitación directa del contacto con los hijos de las amigas, para no correr el riesgo de encariñarse (a tal fin se evitan sistemáticamente los cumpleaños de niños y las salidas con otras parejas que tienen hijos); una actitud de burla constante y molesta de las personas que sienten placer en cambiar pañales y pasar noches de insomnio; un compromiso mayor en el trabajo con la esperanza de anestesiar el deseo de maternidad.

Estas personas muchas veces son conscientes de que desearían un hijo, pero les da miedo la idea de tener que renunciar a la vida profesional. Piden ayuda, con la esperanza de lograr conciliar ambos aspectos, porque se dan cuenta de que, pese a estar satisfechas con su trabajo, también querrían un hijo, pero les falta valor para dejar de tomar la píldora, o cualquier otro anticonceptivo eficaz, su aliado desde hace muchos años, y lanzarse a esta aventura.

Una buena solución consiste en hacer que la persona vaya avanzando paso a paso, centrando la atención en el primer obstáculo al que tendrá que enfrentarse, luego en el segundo, en el tercero, etc., evitando así anticipar pensamientos y preocupaciones. La técnica del fraccionamiento del gran objetivo en pequeños pasos hace que incluso el cambio más temido sea posible y menos aterrador. De este modo se modifica el punto de vista del sujeto haciendo que descubra cómo puede organizarse para conciliar ambos aspectos. Por otra parte, la mente de las mujeres está programada por naturaleza para hacer varias cosas a la vez, pero, sobre todo, si la mujer renuncia al impulso natural en aras de su carrera profesional, esta muchas veces también se verá perjudicada. Las mujeres que triunfan en la profesión no son las que renuncian a la maternidad, sino las que viven esta fase de la vida conciliándola con sus objetivos profesionales.

Cuando el deseo de maternidad se convierte en una obsesión

La tercera problemática se presenta cuando el deseo de maternidad choca con los intentos fallidos de concepción. Esta situación puede transformar el deseo de maternidad en una idea que domina la mente de la mujer, una obsesión constante, una razón de vida. Generalmente, las soluciones intentadas son:

  • El uso del compañero como «máquina para hacer hijos», provocándole muchas veces una crisis sexual y llegando a comprometer la relación de pareja;
  • Relaciones sexuales devaluadas, ya que lo importante es adoptar posturas que, según se dice, favorecen la procreación;
  • El cálculo de los días fértiles y la realización de continuas ecografías para comprobar la ovulación;
  • Hablar constantemente de hijos, mirar los cochecitos y la barriga de las otras mujeres con envidia («todos lo consiguen menos nosotros»).

En este caso es importante hacer que la pareja frustrada entienda que, cuanto más se esfuerce voluntariamente en esta dirección, más se alejará del resultado, ya que se priva a la sexualidad de su componente fundamental, el erotismo, esto es, la búsqueda del placer conjunto, elemento que es realmente fertilizante. Lamentablemente, la medicina aséptica y comercializada de los últimos decenios propone a la pareja que tiene este problema soluciones instrumentales y asépticas que muy a menudo conducen no solo al fracaso, sino también a desavenencias irremediables en la pareja. En estos casos hay que convencer a la pareja de que evite hacer cualquier cosa que vaya en contra de la naturalidad de los hechos, a menos que se hayan detectado disfunciones importantes en su capacidad reproductiva. Bloquear los intentos fallidos muchas veces desbloquea la situación.

Embarazo inesperado o no deseado

Otra situación problemática es la que origina un embarazo inesperado o no deseado. Afortunadamente, en la mayoría de los casos hasta las parejas más reacias a tener hijos se transforman en padres entusiastas. Ahora bien, si aparecen formas inflexibles de rechazo del todavía no nacido, será imprescindible una psicoterapia: nos encontramos ante un auténtico trastorno que requiere curas específicas.

Maternidad y familias de origen de los futuros padres

Finalmente, cuando la pareja se encuentra en el estado de dulce espera, no se puede subestimar el efecto que esta condición produce en las familias de origen de los futuros padres. Es frecuente que la futura abuela crea que debe intervenir enseñando a la hija todo lo que debería saber sobre la maternidad. Esta intervención puede ser un buen propósito parental y tener resultados positivos, si se limita a consejos afectuosos pero respetuosos, o a respuestas a preguntas. Ahora bien, si la intervención se transforma en una educación forzada a la maternidad, la mayoría de las veces crea roces y conflictos o, por el contrario, una forma de dependencia peligrosa. La madre tiene que controlar sus impulsos de ayudar a la hija embarazada, permitiéndole desarrollar sus capacidades naturales para la maternidad y evitando provocar enfrentamientos o posibles rupturas.
Si no lo hace así, es la futura madre la que deberá poner límites a la injerencia materna, con suavidad pero a la vez con firmeza.

Cuando se produce la situación inversa, esto es, cuando es la hija la que delega sus funciones en la madre, el padre deberá incitar a la futura madre a que asuma sus funciones y sus responsabilidades. Muchas veces se requiere para ello la ayuda de un experto externo a la relación (pediatra, psicólogo, psicoterapeuta).

Otro caso muy frecuente es el del progenitor que quiere asumir el control de la situación e interviene reprobando y criticando el comportamiento de la futura madre. Esta actitud puede provocar exasperantes choques intergeneracionales y de pareja. En ese caso quien debe intervenir es el hijo o la hija del progenitor entrometido, que debe defender la relación de pareja y la familia «poniendo a raya» a la propia madre.

También en este caso casi siempre se requiere una ayuda psicológica que aclare al futuro padre la dinámica que se está desarrollando con su familia de origen y su papel insustituible y no delegable en la resolución de la situación.

El embarazo: aspectos psicofísicos

¿Qué hay de traumático y de distinto en la vida de una mujer que va a ser madre?

El embarazo supone un cambio radical en la vida de una mujer, tanto en el aspecto físico como en su mundo interior y más íntimo. Todo esto va acompañado de una reorganización emocional, cognitiva y relacional. Ante un cambio de esta magnitud pueden surgir dificultades y problemas de adaptación, miedos y temores, ansiedades y estados depresivos.

«¿Cómo me comportaré con mi hijo?», «¿seré capaz de educarlo correctamente?», «¿y si no sé qué hacer?», «¿estará sano?».

Mil preguntas y temores acompañan a la mujer durante los nueve meses de embarazo. Lamentablemente, la capacidad de abordar ese momento especial no siempre es adecuada y funcional: puede suceder que las soluciones que se dan a esas sensaciones y cambios radicales y extremadamente duros resulten en cierto modo disfuncionales y transformen esta experiencia en un desastre.

El embarazo es un tiempo de incertidumbre.

Una de las sensaciones que confiesan más a menudo las madres es la «pérdida de control» sobre el propio cuerpo y sobre el estado físico, sobre las sensaciones y emociones (hipersensibilidad, ansiedad, miedo, pánico), sobre su papel, sobre su estilo de vida y costumbres, sobre la vida de pareja.

Para prevenir buena parte de las posibles dificultades y patologías, es muy importante que tanto el progenitor de origen como el ginecólogo preparen a la mujer y la tranquilicen asegurando que las alteraciones psicológicas y fisiológicas que se presentarán en el embarazo son completamente naturales. La futura madre ha de saber que la mejor manera de abordar este período es no oponerse a los trastornos que inevitablemente se presentarán. Será bueno que hable de ello con la madre o con el compañero, compartiendo así la experiencia, pero de ningún modo deberá considerar el embarazo como una enfermedad.

Miedos, ansiedad generalizada y fobias Los miedos que acompañan al embarazo son muchos, pero podemos distinguir tres tipos principales:

• Miedos respecto al niño: problemas de salud y/o físicos del niño, malformaciones,
problemas durante el parto que podrían provocar traumas al niño.
• Miedos respecto al parto: imprevistos y complicaciones en el parto, dolor y traumas físicos en el parto, miedo a la cesárea, influencia negativa del posparto en la sexualidad de la pareja.
• Miedo respecto a sí mismas: miedo a no ser una buena madre/una madre capaz, miedo a
perder la libertad individual, miedo a estar sola, miedo al cambio de la vida de la pareja, miedo a la intromisión de los abuelos.


Ante tales miedos, las gestantes son conscientes de que necesitan saber y comprender lo que sucederá y cómo proteger al niño. La mujer se documenta, busca noticias e informaciones que le permitan descubrir y controlar una realidad completamente desconocida. Esta tendencia es positiva, pero no hay que llevar las cosas al extremo, porque se corre el riesgo de convertirla en una auténtica obsesión y una fobia: el progenitor pasa horas buscando información, preguntando por los riesgos y buscando seguridad, preguntando al médico, a los padres, leyendo libros o navegando por la red.

Cuando esta actividad invalida las funciones ordinarias del individuo, puede decirse
que estamos ante una auténtica patología que exige un tratamiento específico y la intervención de un profesional de la psicología.

Cuando el problema no es tan grave, pero el embarazo es el único tema de conversación de la pareja, al menos uno de los dos miembros debe rechazar esta falta de flexibilidad e introducir otros temas de debate, impidiendo con ello que una propensión natural se transforme en un auténtico trastorno.

Trastorno obsesivo-compulsivo

Otro trastorno bastante frecuente en el embarazo afecta a la gestante que intenta protegerse a sí misma y al bebé que espera exagerando el control de los posibles riesgos y tomando todas las precauciones posibles, hasta desarrollar un auténtico trastorno obsesivo-compulsivo que la obliga a controles agotadores, renuncias y precauciones. En este caso se impone también una intervención especializada, que consiste en un tratamiento específico.

CASO EJEMPLO

Giulia tiene 38 años, se encuentra en el octavo mes de embarazo y tiene dos hijos de seis y cinco años. Acude a la terapia porque tiempo atrás sufrió una depresión posparto (curada con antidepresivos). Cuando supo que estaba de nuevo embarazada, su neurólogo le suspendió temporalmente toda la medicación. Debido al efecto rebote, la mujer empieza a tener repetidos ataques de pánico. La situación se agrava a causa del traslado de su marido a un lugar que dista tres horas de su ciudad. Giulia deja el trabajo para dedicarse solo a los hijos y al embarazo, pero con ello inicia el círculo vicioso de soluciones disfuncionales intentadas que agravan la situación.
La mujer deja de ser autónoma y pide protección constante, deja de conducir, coge un taxi o hace que la acompañe el marido (cuando está) cada vez que tiene que desplazarse, llama continuamente al médico y realiza más visitas y controles de lo necesario, habla de ello con todo el mundo y en especial con sus padres, que, a pesar de su edad ya avanzada, son las únicas personas que pueden ayudarla. Esto hace que Giulia se sienta todavía más inútil y culpable por la carga excesiva que impone a su madre, que se ocupa a diario de los niños para que ella tenga tiempo de descansar. Se ha decidido a pedir ayuda porque sus miedos ya la dominan y teme encontrarse mal incluso de noche y no poder atender a sus hijos pequeños, además de preocuparse del tercero que está esperando.

Le aterroriza la idea de parir de nuevo: recuerda demasiado bien los dos partos anteriores, difíciles y dolorosos. En el nacimiento del segundo hubo que utilizar la ventosa obstétrica para que el niño pudiera salir. Las revisiones posparto fueron muy dolorosas y desarrolló una auténtica fobia: hasta ahora su ginecólogo (al que tiene mucha confianza y considera muy cualificado y amable) apenas ha podido explorarla (excepto con el ecógrafo) debido a una rigidez muscular que prácticamente imposibilita el examen manual. Desde hace un par de semanas, además, Giulia limpia la casa diariamente de forma meticulosa porque «no puede soportar la visión de las migas esparcidas por la mesa o por el suelo, las hay por todas partes, incluso detrás de los muebles y los sofás». De modo que todos los días aparta los muebles, pasa la aspiradora cada media hora o cada vez que los niños comen algo, con gran esfuerzo porque el embarazo está ya muy adelantado y teme hacerle daño al bebé. Los ataques de pánico se presentan en las situaciones más imprevisibles, en el supermercado, pero también en casa, en el parque con los niños o en el médico.

Hechos traumáticos durante el embarazo

Casi un año más tarde descubre que está de nuevo embarazada. A partir de ese momento Laura se comporta «como si» no estuviera embarazada: «Mire, doctora, después de las pasadas experiencias, no quiero encariñarme con el niño. Trabajo como siempre, 12 horas al día, soy abogada, trabajo por cuenta propia y no puedo permitirme el lujo de quedarme en casa, hago deporte (natación y gimnasio tres veces por semana) porque me relaja y me hace sentir bien conmigo misma, además ¡el embarazo no es una enfermedad! Viajo con mi marido, organizo cenas y salidas… en resumen, doctora, ¡hago una vida normal! Pero en estas últimas semanas algo ha cambiado… la barriga ha aumentado, de un día para otro me he mirado en el espejo y me he dado cuenta de que realmente estoy embarazada… y sé que si mi hijo naciera ahora podría sobrevivir, de modo que ahora puedo pensar en él como algo real». Laura rompe a llorar y me dice que ahora se le agolpan todos los recuerdos… la experiencia anterior, con toda su carga de dolor, rabia y sensación de culpabilidad, en una mezcla de sensaciones que le cortan la respiración.

Tras haber expresado libremente todo su dolor, le digo que para superar el bloqueo deberá, lamentablemente, atravesar su infierno para salir de él. Con este objetivo, como protocolo para el trastorno postraumático le prescribo que se procure un cuaderno y que redacte la llamada «novela del trauma», esto es, el relato detallado del hecho traumático, repetido muchas veces y escrito de modo que yo también pueda empaparme de sus sensaciones. Le advierto de que será extraordinariamente doloroso pero claramente terapéutico. Dos semanas más tarde me trae la novela, me dice que la ha escrito a vuelapluma en un par de días, y que ya en la segunda semana «era como si viese mi experiencia desde lejos» y tuviese la sensación de no tener ya nada que escribir. No ha tenido ataques de pánico; durante la primera semana se despertó varias veces, pero los días siguientes durmió casi toda la noche. En la tercera visita Laura me dice que se encuentra bien, que su barriga está «aumentando». Ha empezado a asistir al curso de preparación al parto porque ahora quiere saber todo lo que todavía no sabe y puede servirle para gestionar mejor los últimos meses de embarazo, la posible cesárea (el niño se presenta de nalgas y, si no se da la vuelta, habrá que intervenir), el nacimiento y la vuelta a casa. Ya tiene decidido el nombre, ahora puede hacerlo. Nos vimos una última vez y luego me escribió para decirme que había nacido Gabriele y que todo había ido muy bien.

Bibliografía

Horno, P. Saberse madre, sentirse madre. 2011. Bilbao, España. Deslèe Brouwer.
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