El consumo excesivo de alcohol es, actualmente, el problema de hábitos de salud más serio que tienen los adolescentes y jóvenes españoles. Muchas familias se espantan cuando oyen hablar de drogas, pero bromean claramente cuando su hijo bebe un poco de cava en una boda o comunión y se pone alegre con sus efectos.
La sociedad no tiene presente el peligro futuro que pueden representar todos esos vinos con gaseosa y esa sidra o cava que acercamos a los menores. Se está creando un clima de permisividad que, según están los tiempos, puede ayudar a ese hijo, consentido y sin miedo, a acercarse seriamente al alcohol con su pandilla los fines de semana.
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¿De qué porcentajes estamos hablando?
Los datos son, en el mejor de los casos, preocupantes:
El 34 por 100 de los adolescentes de entre 12 y 18 años de edad de España se sube en coches de conductores bebedores de alcohol y lo hace sabiéndolo, según los resultados del Informe Proyecto Alba, un programa pedagógico impartido por la Fundación Alcohol y Sociedad en los centros educativos.
Otra de las preocupaciones de esta entidad es aplazar la edad en que los adolescentes empiezan a probar las bebidas alcohólicas. Hace dos años la edad media de inicio era a los 14-13 años, aunque un 5 por 100 de los adolescentes habían probado el alcohol antes de los 10 años, según Altarriba. «La mayoría se inician en las fiestas familiares, porque a los propios padres les hace gracia que prueben un “culito” de una copa de cava o vino.» «Estos ritos iniciáticos tienen efectos posteriores, ya que ayudan a desdramatizar el hecho de acercarse al alcohol.»
El consumo excesivo de alcohol en una misma ocasión (adaptación del término anglosajón «binge drinking»), definido en este estudio como el consumo de 60 o más cc puros de alcohol (por ejemplo, 6 cervezas) en un corto período de tiempo (una tarde o una noche), tiene gran importancia en esta edad por su relación con efectos agudos, como las intoxicaciones etílicas, los accidentes de tráfico y la violencia. El 31,9 por 100 de los entrevistados afirman haber realizado algún consumo excesivo en los últimos 30 días.
Según el estudio «Juventud y alcohol» de la Fundación Pfizer del año 2012, los adolescentes comienzan a beber a una edad media de 13,7 años (los padres creen que a los 15) y lo hacen con la pandilla de amigos. De los jóvenes entre 16 y 18 años casi la mitad (49 por 100) consumen alcohol cada semana y se han emborrachado en el último año, mientras que los padres lo creen así solamente en un 5,2 por 100 de los casos.
La mayoría optan por licores de alta graduación y los adquieren en grandes o medianas superficies (40 por 100), en los bares (20 por 100) o en tiendas (11 por 100). Suelen beber en las calles, plazas y parques (41,5 por 100) o en una casa, propia o ajena (33 por 100). Sólo uno de cada cuatro jóvenes que consumen alcohol querría dejar de beber a pesar de ser conscientes de sus efectos nocivos.
La mayoría de los entrevistados dicen no hablar nunca o casi nunca sobre el consumo de alcohol con sus padres y los profesores piensan que es un problema fundamentalmente de las familias.
Cinco de cada diez padres de jóvenes españoles menores de edad que consumen alcohol reconocen que les permiten tomar esta sustancia. Un grado de permisividad que es del 25 por 100 en el caso de los adolescentes de 12 a 15 años y de entre el 67 por 100 y 69 por 100 en el segmento de 16 a 18 años.
—Padres que ante un problema manifiesto con el alcohol niegan que sus hijos beban, o dicen que a sus hijos les han echado algo en la copa, nos parece el argumento de un cuento de hadas, pero son reales, lo he vivido en las sesiones de tutoría en decenas de casos —don José sabe de las dificultades de los padres para asumir la realidad de sus vástagos.
Son datos para mover a la reflexión. No pueden consumir alcohol en esas cantidades unos adolescentes en pleno desarrollo. Son borracheras que les hacen perder el control, instaurar la intrepidez como norma y, más veces de las deseadas, acabar con un coma etílico y una llamada a los padres para acudir al hospital.
—Era gracioso el botellón, lo veía como una protesta contra los precios abusivos de los centros de ocio nocturno. Los adolescentes no tienen lugares donde reunirse y aprovechan los parques y calles para divertirse —don José tenía una tolerancia mucho mayor hace años cuando el fenómeno le recordaba a aquellos conciertos al aire libre de los años setenta.
—No es bonito ver a Aitor vomitando a la puerta de casa, intentar acertar con la llave en la cerradura y despertar, sin acordarse de nada, a la hora de comer después de una noche de juerga —Nuria está tan cansada de los fines de semana de su hijo como de sus pocas ganas de centrarse en los estudios.
—Estoy de acuerdo contigo, el botellón se ha generalizado y ha pasado a ser una cita semanal rutinaria con el alcohol, molestan a los vecinos y juegan con el peligro, a ver quién hace la barbaridad más gorda o provoca la risa de sus compañeros de juerga. Muchos hemos bebido en exceso alguna vez, o muchas veces, pero no a una edad tan temprana y de forma tan periódica.
A veces no se tienen en cuenta las edades de las que estamos hablando, la cantidad que se consume en cada borrachera y su frecuencia, más de una vez a la semana.
Don José vuelve a bajar la cabeza, apesadumbrado, cuando le pedimos su opinión.
—No se percibe la diferencia de edad en el inicio del consumo del alcohol. Antes podía darnos nuestra madre una galleta mojada en una copita de vino dulce para dormir e incluso podíamos probar cualquiera de los licores que había en casa si se descuidaban. El afán de descubrir sus efectos, la atracción de lo prohibido, la necesidad de entretenernos, han llenado de anécdotas nuestros recuerdos con el licor en estos años.
—Entonces ¿por qué lo ve ahora tan mal?
—Creo que antes era una anécdota y ahora se ha constituido en costumbre poco menos que obligada en el encuentro con el fin de semana y ha aumentado la cantidad de una forma desmesurada.
—Nos lo pasamos bien, es más barato y los padres no son tan carcas como usted. Mi madre me compra el alcohol para llevar al botellón con los amigos —Aitor ha herido a su abuelo, no tanto por lo de carca como por enterarse de lo que Nuria hace.
—Eso quería explicarte. Solamente faltaba que al lado de las lechugas, el pan o la masa para la pizza, apareciese el ron y la absenta para el hijo que se va de marcha.
—Así tienen controlado qué bebemos, aunque andan bastante despistados en cuanto a la cantidad. Nos dicen que hagamos que bebemos o que en cada trago seamos prudentes. ¡Se piensan que se puede engañar a la peña!
—Pues, aunque no te guste, a mí me parece que no se puede comenzar a beber a estas edades, mucho menos con la aceptación franciscana de los padres. Algo se ha perdido en el camino, puede ser el norte, el respeto, la mesura, el control, o todas las cosas a un tiempo.
—No pasa nada por beber un día o dos a la semana. Nos reímos mogollón del primero que agarra la turca y salimos baratos. Además, ahora ya vienen chicas y sirve para relacionarse.
—Creo que esa excusa de la timidez para beber sin control está pasada de moda, como dices tú. Reconoced que os habéis enganchado al alcohol como otros a la coca o a los porros.
—No es lo mismo. Y no mezclamos mucho, que es peligroso, pero algún porro no lo desechamos.
He pasado muchas horas hablando con los adolescentes y los jóvenes sobre este tema y he llegado a la conclusión de que esta sociedad tiene un problema de salud pública. Los adolescentes se han impuesto el hábito de beber de forma descontrolada en un número significativo y, sobre todo, a una edad excesivamente temprana. Está por saber qué consecuencias tendrá este fenómeno nuevo en el futuro de estas personas y de sus descendientes, tampoco podemos establecer la relación entre la violencia que aparece en excesivas localidades y la ingesta masiva de alcohol. Nadie sabe hasta cuándo los menores de edad, muy menores, pueden caminar borrachos por la calle sin que llamen la atención.
—No somos los únicos, los ingleses nos ganan en el tema del alcohol. Y éstos casi inventaron esta sociedad, no son del Tercer Mundo —se defiende el nieto que toma el asunto como propio.
No anda mal de información:
El 33 por 100 de niños de 13 o menos años del Reino Unido aseguran haberse emborrachado al menos en dos ocasiones en un año, según estos datos, que incluyen una comparativa entre los 30 países de la OCDE, entre los cuales se encuentra España. Si nos situamos en las chicas de 15 años británicas, el porcentaje se eleva ya al 50 por 100.
—También registran las tasas más altas de embarazos no deseados en el mundo con estadísticas «fiables» —don José también tiene datos recientes recogidos en sus horas de lectura y deja caer la relación del alcohol y el sexo sin prevención.
No se puede discutir la magnitud del problema. Todos los datos indican que el botellón surgió como un movimiento simpático, con cierto tono de protesta, en el que grupos de jóvenes se juntaban para contar chistes, hacer bromas, buscar compañía y suplir la falta de alternativas de lugares de esparcimiento en nuestra sociedad para estas edades.
Hasta aquí todo dentro de los cauces que podían aceptar los padres. El problema surge cuando la botella se convierte en el protagonista principal de su propia fiesta, el botellón. El alcohol, cuanto más mejor, será el habitante distinguido de dichos envases y la rutina del fin de semana, el acomodo que ha encontrado un número significativo de jóvenes y de adolescentes para sus diversiones.
Beber hasta sentirse mal, comas etílicos esporádicos, hospitales en alerta cuando se celebra una de sus macrofiestas, algo sucedió en el camino para que lo que comenzó siendo una diversión alternativa, y de suave protesta, se haya convertido en un problema grave de salud y, en algunos casos, de seguridad ciudadana.
Ellos no quieren renunciar al espacio conquistado en la calle. Los vecinos prefieren mudarse de vivienda o poner doble cristal y aire acondicionado antes que enfrentarse con su descontrol. ¿Se necesitan desgracias para ir tomando conciencia de que no es un problema de los hijos sino de la sociedad?
Los padres no pueden seguir echando la culpa a los amigos de que su hijo se emborrache los fines de semana. Los padres no pueden ver cómo su hijo adolescente es ingresado con un coma etílico en un hospital y el fin de semana siguiente le sucede lo mismo a un amigo o de nuevo al cabo de un mes ambos vuelven a las andadas. Los padres no pueden justificar la bebida de sus hijos basándose en el argumento de que los otros también beben.
Pero no se puede ignorar la realidad, la mayoría de los adolescentes y jóvenes de esta sociedad no se emborrachan cada semana. Existen muchos adolescentes que no prueban el alcohol, ni fuman porros. Es importante hacer sitio a estas personas en las estadísticas y resaltar lo difícil que es mantener una postura que no sigue la corriente más popular entre los adolescentes ¿Cómo ser popular si no bebes, si no fumas? ¿Cómo ser mayor solamente haciendo deporte o paseando con los amigos? Esta sociedad está dejando que acosen a los que no siguen el camino que imponen aquellos que han hecho de la prisa su habitación y de su salud un gasto que piensan no acabará nunca con sus ahorros.
Debe existir un movimiento ciudadano que comience a exigir cambios.
¿Cómo podemos encontrar un camino ante esta realidad?
- No se puede aprobar que lleguen a perder el control con el alcohol.
- Se debe tener claro e intentar transmitirlo a los adolescentes que, aunque sea legal, es una droga posiblemente más peligrosa que la mayoría de las otras.Es conveniente transmitir hasta dónde pueden llegar y los límites que intentáis que respeten.
- Los padres también son responsables de su salud y de su vida.
- Esta sociedad no puede consentir que públicamente unos adolescentes se emborrachen en la vía pública cuando está prohibida la venta de alcohol y tabaco a menores.
- Se deberían exigir medidas que hagan respetar las normas que están en vigor sobre el consumo de alcohol por menores de edad.
- Cuando vuestro hijo/a tiene algún incidente por este tipo de cosas no acudáis, muy dignos, a justificarle e intentar demostrar su inocencia.
Pensad vuestras afirmaciones:
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- Deberían perseguir a los delincuentes.
- El instituto lo que tendría que hacer es controlar que no pasen estas cosas.
- No te preocupes, hijo, que ya está arreglado.
- ¿He tenido que venir hasta aquí solamente para que me digan que mi hijo ha bebido un poco de alcohol y, jugando, ha roto un escaparate?
Cuando se observa el comportamiento de los otros es fácil criticarlo; cuando se analizan las propias actuaciones, muchas veces parece que algunos padres han perdido la capacidad de razonar. Poco a poco debe cambiar la condescendencia social y paterna con determinados comportamientos. A la sociedad se le está escapando de las manos el control de la educación de los adolescentes en excesivos casos. Éste es un tema público, claramente dañino para los adolescentes, no intentemos poner trabas a quienes hacen algo para mitigarlo. Ayudar a que quienes deben velar por la salud puedan actuar sabiéndose apoyados, y no sospechando que están perdiendo votos, facilitaría alguna posible solución.
Evidentemente tenemos que buscar alternativas:
- Compartir tiempo con nuestros hijos. Buscar actividades deportivas que les motiven. Con la repetición de la idea se desea destacar su importancia.
- Crear hábitos de contacto con la naturaleza.
- Apuntarlos a grupos de actividades al aire libre, con salidas de fin de semana de excursión, que les ayuden a tener relación con otros intereses.
- Exigir trabajo para los jóvenes, un futuro con esperanza.
No es fácil arreglar el mundo del botellón pero sí iniciar una reflexión que nos prepare para enfrentar los problemas con un cierto grado de realismo:
—Todos lo hacen, no voy a ser el raro del grupo. No, la mayoría no lo hacen.
—Todos llegan de madrugada. No todos llegan de madrugada y la mayoría acepta un horario que sus padres consideran conveniente para su edad.
—Todos lo hemos hecho, no es tan importante. No lo hemos hecho en esta medida ni a estas edades.
La sociedad cambia, es verdad, pero se debería intentar que no fuera para peor. Se puede ser optimista, el contacto con los adolescentes acostumbra a demostrar que son tremendamente moldeables y que se dejan influir en muchos de sus hábitos y formas de enfrentarse a la vida. Tendrán sus ideas, su carácter, su pronto, pero si mantenéis una línea coherente en su educación, podréis sentiros satisfechos muchas veces de los logros obtenidos.
Lo que más echan de menos es el cariño y la compañía. No pueden demostrarlo, porque su autoestima no está para esos lujos, pero vosotros debéis tenerlo en cuenta, aunque en muchos momentos sea muy difícil imaginarlo siquiera. Lo que más necesitan es un norte para no desviarse excesivamente y unas normas claras que respetar. El saber a qué atenerse en cada momento les reportará seguridad, algo que agradecerán en estos años en que abundan las incertidumbres.
Lo que no quieren es tener amigos en lugar de padres. Necesitan las figuras paterna y materna, tanto para luchar por alejarse, creando su propia vida, como para apoyarse en ella. No los perderéis, ni marcharán antes, por mostrarles sus obligaciones y, desde el pacto, hacer respetar vuestras opiniones. No se puede tener miedo a ser generosos con los hijos y renunciar a regalarles unos principios de respeto y cariño hacia los demás y, sobre todo, hacia sí mismos. Seréis menos populares hoy, pero el resultado de vuestra educación debe reconfortaros, porque os atrevisteis en tiempos difíciles a no renunciar a ser, de verdad, padres.
Siempre queda la esperanza de que aquellos, los menos, que abandonaron su función intenten recuperarla cuanto antes para hacer más felices a sus hijos.
¡No es pecado brindar con agua! Esta España tan nuestra ha sido amiga del vino demasiados siglos.
¿Qué soluciones se pueden tomar?
- No minimizar los efectos dañinos del alcohol, aunque quede feo que el que predica no se aleje de los líquidos etílicos.
- Hacer de la edad temprana, y de las leyes, un escudo que nos permita dialogar e imponer normas desde el razonamiento.
- El mejor regalo a la lucha contra las noches en vela es tener actividades de obligado cumplimiento el sábado y el domingo por la mañana, y si son actividades atractivas que les agradan, mucho mejor.
- No facilitar en exceso espacios donde el consumo sea casi inevitable. Los locales alquilados por grupos de jóvenes muchas veces son solamente el botellón del parque pero sin el frío del invierno y sin la policía.
- Si se convierte en un hábito duradero, existe un problema de salud que debería ser tratado por un especialista. No conviene olvidar que las mujeres también están incluidas en este capítulo y que su ingesta de alcohol puede igualar en cantidad a la del personal masculino.
- Es conveniente prevenir los efectos del alcohol en sus comportamientos sexuales y procurar evitar que tengan acceso a vehículos conducidos por personas afectadas por el exceso de bebida. A veces será el dinero de un taxi y otras unas horas menos de sueño pero hasta que pase el problema se pueden vigilar consecuencias más severas. ¡No olvidar que siempre hay un tren cerca!
Fragmento extraído del libro:
Argüello A. (2014). Convivir con un adolescente. Ideas para acertar de vez en cuando. Madrid, España. Editorial Pirámide.